Este es el relato que ha surgido de esta primera convocatoria alocada del #3HoursLitChallenge que he compartido con Carlos Piélago, Hugo Camacho y Vicente Hurtado.
Cuando ellos cuelguen sus relatos actualizaré esta entrada para que sus nombres os lleven a los relatos o textos que ellos hayan escrito en estas 3 horas.
La premisa, que en mi caso me trasladaba Hugo, era la siguiente:
Y aquí está el resultado, espero que os guste."el amor y la guerra en la sociedad de las estrellas de mar"
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Salgo del letargo en que estaba sumida. Hay más luz. Son varios los ocelos que me transmiten esa misma información y me permito un instante de alegría disparatada antes de continuar mi camino. Aún falta para esa explosión diáfana que es mi hogar pero estoy un poco más cerca de ti. Si todavía vives. Si todavía me recuerdas. Si me seguirás queriendo o si me aceptaras con los cambios que el tiempo y la guerra han producido en mí.
El plexo nervioso me tiembla y varias de sus ramificaciones me llevan al día de nuestra despedida. Estabas encorvada, protegiendo esos pequeños huevos que serían nuestras crías y que sabías que yo no vería nacer, y el movimiento espasmódico de tus pies ambulacrales me mostraba tu agitación. Estiré uno de mis brazos para acariciarte y quedamos mirándonos, ocelo contra ocelo, durante un tiempo largo que pasó raudo como un segundo. Supongo que nunca es buen momento para una guerra y sería egoísta desear que hubiese ocurrido antes o se hubiese demorado unos meses más. Habría sido, tal vez, más fácil para nosotros pero más complejo para otros. Sin embargo, en el largo camino al frente, no dejé de pensar en ello ni un solo minuto mientras me arrastraba penosamente para ganar unos centímetros más de lecho submarino.
Los motivos del enfrentamiento eran confusos pero preocupantes. Nos habían convocado las cuatro familias principales de Forcipulatidas, las que vivían en aguas templadas. Hacía un par de meses habían perdido la comunicación con las dos familias de las regiones abisales y los bancos de peces que se atrevían a nadar por allí y que, de hecho, eran quienes transmitían los mensajes en una clase Echinodermata como la nuestra en que los desplazamientos más pequeños tienen un alto coste temporal, traían imágenes desgarradoras. Entre rumores de aquí y de allá, filtrando la información valiosa, tarea ardua entre especies con memoria muy corta, nuestras hermanas habían compuesto la que parecía la versión más plausible de los hechos: las cuatro familias Velatidas, amas y señoras del fondo abisal desde tiempos anteriores al jurásico, habían decidido expulsar a las Forcipulatidas del que consideraban su territorio. Tras unas primeras masacres, las Forcipulatidas supervivientes se habían escondido sin tener tiempo de enviar un mensaje de socorro, y allí, donde los ocelos apenas captan el recuerdo de la luz, aguardaban un rescate que no sabían si llegaría nunca.
Las Forcipulatidas de aguas templada shabían hecho un llamamiento a todas las órdenes cercanas y estas habían ido propagando todavía más allá los sucesos buscando formar un gran ejército asteroideo que fuera a aclarar las cosas en el inhóspito terreno abisal. Las órdenes más lejanas a quienes llegó la noticia fuimos las Paxillosidas y las Brisingidas. Nuestras gobernantes deliberaron un tiempo sobre la necesidad o la pertinencia de enviar tropas a un conflicto tan lejano pero, finalmente, pudo su conexión como clase del reino animal y el convencimiento de que, tarde o temprano, si se permitía triunfar a esas conductas, todas estaríamos amenazadas.
Yo, por aquel entonces poco había oído hablar de las fosas abisales y, de ese poco, la mayoría no invitaba precisamente a visitarlas. Había leyendas de especies de cincuenta brazos y de más de ochenta gramos de peso, con bocas capaces de succionar a varias paxillosidas sin gran esfuerzo. Sin contar con una gran evidencia que me escalofriaba: mis ocelos, calibrados para determinar los cambios de luz en zonas luminosas como la zona intermareal en que siempre había vivido, serían prácticamente ciegos en aquella oscuridad mientras los ocelos enemigos, en su propio terreno, me verían avanzar a tientas, estirando mis pies ambulacrales, directa hacia la muerte.
He sobrevivido pero a un alto precio. Dos de mis cinco brazos han quedado moribundos en el fondo de esa oscuridad insondable, y con los tres que me quedan mi regreso es errático y desesperante. Apenas puedo maniobrar porque los conductos de mi sistema vascular acuífero siguen bombeando agua hacia esos brazos inexistentes y, en ocasiones, doy varias vueltas sobre mí sin avanzar. Ya me han empezado a nacer dos pequeños brazos sonrosados en su lugar pero tardarán mucho en suplir a los ausentes. Por un momento pienso en su suerte. Si habrán sido capaces de sobrevivir alguno de los dos, de regenerarse sin ningún fragmento de disco central, y qué habrá sido de ellos en ese caso. Tal vez recuerden el camino y regresen también algún día al hogar.
Mis compañeros de escuadrón han muerto o, menos heridos que yo, me llevan ya una gran distancia de ventaja. Espero que los primeros contingentes de mi familia hayan llegado ya a nuestra playa y tú sepas que estoy de camino. Manco, triste y cambiado, pero viva. Sí, porque ahora es viva. Me fui siendo macho y regreso siendo hembra. En nuestra familia es un caso atípico pero los cambios internos en mis gónadas no dan lugar a dudas. Mi cuerpo nuevo me jugó una mala pasada en mitad de una batalla, cuando empecé a liberar sustancias químicas de atracción y distraje a mis compañeros machos durante unos instantes. Por suerte no hubo que lamentar bajas por culpa de la regulación ovular que todavía no sabía controlar entonces. Me pregunto si me reconocerás, si seguiré atrayéndote con mi cuerpo cambiado. Le doy vueltas a esta última idea cuando la presencia de depredadores me obliga a esconderme y esperar bajo algún cúmulo rocoso.
Tardamos casi un año en llegar al frente. En los remansos de las corrientes marinas hacíamos altos para esperar a nuevas compañías de otras órdenes y otras familias que también venían a la guerra. Brisingidas, Paxillosidas e incluso algún grupo de Spinulosidas de aspecto fiero y espinado fueron incorporándose a nuestra marcha. Al llegar, las cuatro familias de Forcipulatidas nos esperaban ya desplegadas, defendiendo las cuevas donde se hacinaban las supervivientes de sus dos familias atacadas. Había una estrategia clara y un mando duro pero justo y, poco a poco, a pesar de nuestras carencias en ese terreno desconocido empezamos a ser útiles a la causa. Las compañías y escuadrones se formaron con coherencia, siempre con un par de compañeras Forcipulatidas o de otras órdenes de profundidades abisales que nos guiaban en la oscuridad y nos daban las indicaciones de ataque y repliegue.
La muerte en nuestra clase Echinodermata es una idea compleja y muy variable. Si desmiembras a especímenes de ciertas familias con alta regeneración puede que, antes de haber podido huir de la batalla, te encuentres a esa enemiga caída convertida en seis o siete enemigas de menor tamaño pero mayor agilidad, que te persiguen como una jauría enrabietada. Ahí la venganza es cruenta. Te rodean todas a una, tapándote las principales entradas de agua y terminas muerta por asfixia, una muerte que no tiene regeneración posible. Las toxinas son una arma de doble filo porque, si cambia la dirección de las corrientes marinas, puedes terminar cargándote a tu escuadrón en lugar de al escuadrón enemigo así que solo se recomienda bajo circunstancias muy excepcionales o en ataques kamikaze, necesarios como en toda guerra, en que ese escuadrón sabe que se va para no volver.
El transcurso de la guerra fue largo y penoso. Cuando parecía que teníamos ya encarrilada la victoria, un acuerdo secreto de las Velatidas con las Valvatidas incorporó a estas últimas a la contienda. Llegaron en masa, nos sorprendieron. A pesar de ser abisales son pentaradiales y muy semejantes a nosotras, las Paxillosidas, por lo que en los primeros días causaron gran desorientación porque las confundíamos con escuadrones y compañías amigas. Sus pedicelos en forma de pinza nos provocaron bajas numerosas y nos obligaron a replegarnos y a estudiar el nuevo escenario en que se había convertido el conflicto.
El peligro ha desaparecido. Salgo de entre las rocas y sigo avanzando. Podría considerar un milagro haber llegado hasta aquí en mis condiciones. Hay momentos en que las fuerzas me desfallecen pero esa luz que, poco a poco va en aumento, me alienta a no dejar caer los brazos. Sin embargo, una corriente de pensamiento libre y contrario ensombrece mi determinación dándote por muerta, o poniendo todas las objeciones imaginables a que tú y yo podamos regresar al punto en que me fui. Eso ya sé que es imposible. Yo he cambiado demasiado y seguramente tú también. Espero que no nos sintamos desconocidos, sin saber qué decirnos, cómo acariciarnos, cómo amarnos. Pero si eso ocurre, el único consuelo que me queda es que, por lo menos, moriré en mi hogar y no en estas aguas templadas donde la luz todavía no calienta la superficie rugosa de mi epidermis.
¿Y si el destino ha querido que tú también seas hermafrodita secuencial? Tal vez yo me he convertido en hembra en mi periplo y tú, mientras, te hayas convertido en macho. Me cuesta asumir esa situación aunque siento que me excita. Y, entonces, me doy cuenta de que llevo todo este camino de vuelta situando el foco en ti de manera injusta y parcial; obviando que puede que sea yo la que no te reconozca, o la que ya no pueda quererte por mucho que en el fondo de mi ser lo desee. Lo aparto de mi plexo nervioso y pienso en todas las cosas por contarte. Muchas no son buenas pero forman parte de mí y necesitaré que me comprendas, que no te tomes como algo contra ti los períodos de sombras en que me sumiré recordando a las compañeras caídas. En medio del infierno he encontrado los mayores gestos de bondad y compañerismo y también los mayores gestos de maldad y desprecio. Ahora me siento más Asteroidea, me siento una ínfima parte de un universo de especies, familias y órdenes distintas por fuera pero intensamente parecidas por dentro. Me gustaría ser capaz de trasladarte esa idea, a ti y a todos los que os quedasteis en la playa. También me gustaría situar a mis crías a mi alrededor y contarles todas las leyendas que han demostrado ser más que eso: la inmensidad del océano, sus cambios de luz, su diversidad tan increíble, la manera en que sus corrientes te acarician y, albergando sus aguas dentro de ti, te sientes cambiar a cada paso.
Al final ganamos. A pesar de que las hostilidades iniciales habían sido muy significativas, las familias Forcipulatidas plantearon un armisticio generoso ante la incredulidad de las más viejas y ladinas familias Velatidas que esperaban su expulsión o su aniquilación. Los fondos abisales volvieron a la normalidad y convivencia que no debería haberse roto jamás y nosotras, las Asteroideas combatientes del ancho océano, iniciamos el regreso.
¿Puede que ese rumor sean olas? El sol empieza a calentar mi piel y mis ocelos, desacostumbrados a esta luz, se ciegan por momentos cuando miro hacia arriba. ¿Es posible que lo haya conseguido? Mis pies resbalan en esta arena embarrada y suave que tanto echaban de menos e incluso mis nuevos brazos nacientes parecen agitarse de la emoción heredada pues no pueden reconocer esta tierra como hogar porque es la primera vez que la pisan.
Vive. Recuérdame. Quiéreme. Ha sido la fuerza de nuestro amor la que ha guiado mis pasos para lograr esta gesta. Aunque yo ya no sea yo, aunque tú ya no seas tú, déjame abrazarte y volvamos a ser dos estrellas de mar bailando en la simetría de nuestros impulsos sincronizados.
Wow Ignacio, ¡Qué grande!
ResponderEliminarAbrazos.